Es bastante frecuente encontrarse con personas amargadas, pesimistas, tristes, desinteresadas de todo. Nos preguntamos si esas actitudes son producto de una vida llena de disgustos, mala suerte, decepciones y fracasos que le han ido sucediendo o si se trata de una opción voluntaria, como un modo de entender las cosas.
Hay personas que están empeñadas en ver el lado negativo de las todas las cosas que suceden a su alrededor. Cualquiera de nosotros tiene motivos para preocuparse o entristecerse. Pero arruinarse la vida a propósito es una habilidad que se aprende, no es suficiente con sufrir experiencias negativas. Lo peor es que quienes se empeñan en ver el lado negativo de las cosas, además de convertirse en personas infelices, tienen una penosa facilidad para amargar la vida de quienes tienen al lado, especialmente si las víctimas son niños o jóvenes, o dependen emocionalmente de la persona siempre insatisfecha.
Las experiencias desagradables tienden a atarnos al pasado, nos condicionan y atemorizan. Da igual lo bien que puedan ir las cosas, hasta el momento más feliz lo analizaremos al detalle para encontrarle un fallo que lo haga negativo.
Los amargados tienden a desempeñar el papel de víctima, en una forma de comunicación interpersonal en la que asumen uno varios de estos roles: el de perseguidor, que hace de malo, interroga y es percibido como un listo que lo sabe todo y castiga o humilla a quienes cree que se equivocan; el de salvador, que busca que le reconozcan su papel bondadoso pero que a la vez nos pasa constantemente facturas de cuanto hace, y el de víctima, cuyo planteamiento de supervivencia y comunicación es dar lástima a los demás, captando su atención mediante la exhibición de su sufrimiento.
En alguna ocasión, todos podemos interpretar estos roles y ello no es negativo. Lo que hace peligrar nuestro bienestar emocional y el de quienes nos rodean es que esos papeles los desempeñemos habitualmente. Paul Watzlawick, en su libro ''El arte de amargarse la vida'' (Herder, 1989, Barcelona), nos ayuda a reconocer nuestro estilo personal frente a determinadas situaciones y nos brinda una excelente oportunidad para reflexionar sobre los procedimientos por los que una persona va construyéndose una vida desdichada. Watzlawick en lugar de dar consejos para alcanzar la felicidad prefiere divulgar fórmulas para conseguir que vivamos en la desgracia. Naturalmente, el propósito es que nos percatemos del error y reaccionemos de manera contraria. Veamos algunos ejemplos de esos ''consejos'' que nos propone el autor.
Vivir en la amargura y la infelicidad
- Créate problemas, y si no tienes bastante con los tuyos asume como propios los de los demás. Llena tu vida de complicaciones reales o ficticias, y concede gran importancia a todos los sucesos negativos.- Piensa que siempre tienes la razón. Todo es blanco o negro, y sólo existe una verdad absoluta: la tuya. Rechaza de entrada lo que digan los demás, incluso cuando pueda aportarte algo positivo. Si la idea o propuesta no es 100% tuya, deséchala, seguro que no merece la pena.
- Vive obsesionado. Elige un acontecimiento suficientemente negativo de tu memoria, conviértelo en recuerdo imborrable y tráelo a tu mente una y otra vez, hasta que sólo vivas para pensar en ello. Así, las dificultades cotidianas no absorberán tu atención.
- El presente no merece la pena, piensa siempre en el futuro. Aplaza el disfrute de los placeres de este o aquel momento, porque no puedes saber lo que te deparará el futuro. Confórmate con lo malo conocido y no te arriesgues ante lo bueno por conocer. Tortúrate pensando en todo lo negativo que te podría ocurrir dentro de unos años.
- Jamás te perdones. Llegarás a un punto en el que tan sólo sentirás autocompasión. Piensa que tú eres el único responsable de lo que te ocurre, y nunca creas que hay situaciones que escapan a tu control.
Para que no nos invadan los pensamientos negativos
- Reflexionar sobre la influencia que nuestros pensamientos o interpretaciones tienen sobre nuestras emociones y conductas.- Identificar los pensamientos que nos hacen sentir mal en una situación determinada. La señal que nos avisa que quizá sea conveniente identificar nuestros pensamientos es la percepción de estados emocionales negativos como ira, angustia, miedo, tristeza... Una vez identificados, debemos controlarlos, objetivarlos y, en la medida de lo posible, asociarlos a las circunstancias que los crearon, para reflexionar sobre ellas.
- Analizar estos pensamientos para ver hasta qué punto se corresponden con la realidad y en qué grado nos afectan.
- Buscar pensamientos alternativos a los que nos hacen sentir mal. Éstos deben ser más racionales y positivos.