Alguna gente de buena memoria sostiene que fue en las peluquerías de barrio desde donde se irradió esa horrible costumbre de llamar genéricamente “abuelas” a las señoras mayores de 60 años.
A partir de allí, carteros, carniceros, marchantes, modistas, lecheros, auxiliares de mesa de entradas, agentes de tránsito y panaderos se toman esta desagradable licencia con cuanta dama entrada en años reclama sus servicios, creyendo hablar a la moda, ser cariñosos o, incluso, piadosos con esa cosa irremediable (aunque no excenta de encanto, belleza y oportunidades) que es la edad avanzada.
De aquellas peluquerías femeninas, siempre oliendo a laca perfumada, la novedad saltó a la política. Fue así como los jerarcas del régimen anterior abusaron de esta forma de trato vulgar para acompañar sus prácticas clientelares. Sin embargo, muchas “abuelas”, cansadas de “confianzudos”, terminaron dando electoralmente la espalda al adalid de la tercera edad que -hasta el día de hoy- no alcanza a comprender este giro que él vive como una ingratitud.
Dejando este aspecto ríspido para otra oportunidad, diré que las señoras mejor educadas suelen reaccionar indignadas ante este exceso de confianza que, invariablemente, viene acompañado de otra excrecencia de los tiempos corrientes: el tuteo indiscriminado. Lo hacen con elegante firmeza y marcan, de este modo, las distancias que imponen nuestras mejores costumbres.
Doña María Antonia Figueroa, mi tía, es una de las personas que sabe expresar su desagrado ante cualquiera que infrinja los cánones cultos aprendidos de sus mayores. Bien es verdad que quienes la reconocen en sus caminatas de cada mañana por las calles del centro de la ciudad (sean antiguos alumnos, ex vecinos o simples conocidos) se abstienen de incurrir en tamaña demasía.
Desde muy joven se reveló como una mujer diferente por su independencia de criterio, por su talento y por su sentido del orden y la disciplina. Fue maestra, como era de esperar, pero también Asistente Social, enfermera, profesora de Educación Física, directora de escuela y vocal del Consejo Provincial de Educación.
Contribuyó a la formación de centenares de salteños (entre ellos, a la de sus muchos sobrinos) que pasaron por las escuelas Alberdi y Urquiza, en tiempos en donde la escuela era un ámbito de transmisión tanto de conocimientos como de buenas maneras. La puntualidad, el cumplimiento del deber, la frugalidad, el respeto a la dignidad de las personas, la austeridad de las costumbres, el sentido de las jerarquías y de lo justo, el valor de la higiene personal y la ética del esfuerzo fueron algunos de los componentes que singularizaron su gestión al frente del aula o ante responsabilidades de mayor envergadura.
Cuando llegó la hora de la jubilación, fue capaz de reinventarse a si misma para huir del tedio, de la pasividad extenuante y de las partidas de canasta. Decidió entonces reencauzar su enorme energía vital hacia nuevas formas de acción solidaria y cívica.
Primero, apoyando a doña Blanca Etchevehere en la “Colonia Mi hogar” que, en Río Ancho (Cerrillos), albergaba a niños de madres atacadas por el bacilo de KOCH. Participando, más tarde y hasta hoy, en la compleja gestión del “Hogar de Ancianas Cristo Rey” ubicado en la calle Catamarca de la ciudad de Salta.
Permítaseme un paréntesis para recordar que este Hogar fue fundado en 1932, en el ámbito del Arzobispado local y merced a la iniciativa y generosidad de doña María Ernestina Gutiérrez.
Eran tiempos en donde las damas pudientes preferían el ejercicio de la solidaridad a los cruceros de placer y los tours de compras. Un tiempo donde bailar, emperifollarse y tomar el té era importante, pero no alcanzaba para llenar las horas provincianas ni para considerar a una vida como realizada. Un tiempo donde las señoras encopetadas competían por demostrar su vocación cívica y religiosa destinando parte de su tiempo y de su patrimonio al servicio a los demás; sobre todo a los desamparados y sufrientes.
El listado de integrantes de las comisiones directivas del “Hogar Cristo Rey” que se sucedieron desde su fundación hasta la fecha, y de decenas de instituciones similares que funcionaron y funcionan en Salta es prueba concluyente de aquella masiva participación de señoras inquietas y benéficas en la tarea de ayudar al prójimo.
Como ocurría en Europa y en otros lugares civilizados, fueron las familias y los sentimientos solidarios y altruistas los que acudieron a atender las situaciones de necesidad e infortunio, mucho antes de que los tiempos contemplaran el nacimiento del Estado del Bienestar. Recuérdese, por ejemplo, que en la vieja Europa son no más de cuatro o cinco los países que han puesto recientemente en marcha el llamado “cuarto pilar” del Estado del Bienestar, con prestaciones pensadas para atender las enfermedades que hoy privan de autonomía a las personas de edad avanzada.
Tras un largo período donde algunos pensaron que este Estado podía hacerse cargo de todo suplantando las redes cívicas y religiosas anteriores, son muy pocas las opiniones que se atreven hoy a negar la importancia de la familia y de los sentimientos que logran organizarse en aquellas redes que actúan, eficazmente, sin entremezclarse con los intercambios políticos.
Antes de que los teóricos del bienestar descubrieran el concepto de “focalización” de las prestaciones, los particulares altruistas se organizaban en función de necesidades concretas y de alguna manera individualizables, generando así un entramado de dimensiones variables en función de cada realidad social.
En nuestro país, en los años 50, el agudo conflicto ideológico que dividía a la sociedad argentina puso contra las cuerdas a las por ese entonces llamadas “instituciones de beneficencia”. Más precisamente: el peronismo denostó a la beneficencia privada emparentándola con la limosna que humilla, y creyó encontrar en las instituciones tradicionales -manejadas por un sector social enfrentado con el régimen- un freno o una competencia hacia sus propias redes de solidaridad, entre las que sobresalía la Fundación Eva Perón.
Es posible que en Salta, merced a la influencia de monseñor Roberto J. Tavella y a la particular composición social del peronismo local, el conflicto fuera de menor envergadura. De hecho, muchas instituciones solidarias privadas (entre ellas el “Hogar Cristo Rey” y el "Hogar Corina Lona") sobrevivieron como tales, más allá de los re-acomodamientos imprescindibles.
Volviendo al caso del “Hogar Cristo Rey”, conviene recordar que nació en el marco de las preocupaciones de los católicos sensibles a la prédica de León XIII por conectar con las necesidades de los trabajadores y, de manera muy especial, de las obreras para, desde allí, evolucionar hasta convertirse en un Hogar de Ancianas.
Hoy, el Hogar, de la mano de sus entusiastas gestoras, es un ejemplo en su género. Habitaciones amplias y luminosas, baños y cocina bien equipados y relucientes, jardines, comedor, capilla y servicios médicos y de asistencia espiritual integran un conjunto acorde con los requerimientos de las señoras que allí viven.
En su armónico funcionamiento se percibe el buen hacer de las sucesivas comisiones directivas y, como no, la influencia de doña María Antonia Figueroa que, desmintiendo sus 85 años, concurre todavía a visitar a las habitantes del Hogar (varias menores que ella misma) y a echar un vistazo para cerciorarse de que todo funciona como es debido.
Doña María Antonia Figueroa integró, durante los últimos 15 años y siempre desde un lugar discreto, la Comisión Directiva del Hogar. Desde sus puestos de responsabilidad societaria logró sensibilizar a los sucesivos gobiernos (hay quien sostiene que ninguno de los últimos cinco Gobernadores de la Provincia se animó a rehusar los pedidos institucionales de audiencia que ella cursaba y continúa cursando), y a los particulares generosos para que contribuyeran al crecimiento del Hogar y a la manutención de las señoras.
En lo que va del mes de Enero, doña María Antonia Figueroa tuvo varias satisfacciones: Festejó su cumpleaños rodeada de sus familiares (primero) y de sus amigas (después); fue agasajada con el mismo motivo por el Club 20 de Febrero; y la familia que integran quienes se mueven alrededor del “Hogar de Ancianas Cristo Rey” acaba de rendirle un merecido homenaje a su dedicación generosa y a su esfuerzo inteligente.