Juana Manuela Gorriti
Juana Manuela Gorriti

Juana Manuela Gorriti

Juana Manuela Gorriti fue una mujer de temperamento independiente, gran carácter y un temple de acero hacen de esta mujer una verdadera heroína salteña. Extraña personalidad para una mujer de su tiempo que nos sirve de ejemplo para afrontar los retos de la vida y saber sacar el mejor partido de lo que nos toca vivir.

Una de las figuras femeninas más originales e interesantes de nuestra literatura es doña Juana Manuela Gorriti. Temperamento independiente, tan raro en una mujer de su época, sostenido gracias a la contribución de un gran carácter y adornado de talento y brillante imaginación.

Doña Juana Manuela Gorriti nació en Salta, el 15 de junio de 1819. Proveniente de una encumbrada familia y fueron sus padres el ilustre militar docotr don José Ignacio Gorriti, guerrero de la independencia y un fuerte opositor de los caudillos, y de doña Feliciana Zuviría. Era sobrina del popular guerrillero Pachi Gorriti y del cultísimo patriota y hombre de letras, el sacerdote doctor Juan Ignacio Gorriti. De sus familiares heredó la inclinación a las letras y las virtudes patricias, y junto a ellos, en la angustia de las luchas, el destierro y la pobreza templó su alma.

Realizó sus primeros estudios en el Convento de las monjas Salesas de su Salta natal y pasó luego a La Paz donde había de encontrar refugio la familia desterrada. Tiempo más tarde, José Iganacio Gorriti moriría por la angustia del destierro, siendo Juana Manuela aún adolescente. A los 15 años la joven conoce a Manuel Isidoro Belzú, con quien contrae matrimonio.

Este militar boliviano, de origen muy humilde, muy carismático pero de fuerte carácter fue dos veces Presidente de Bolivia. Doña Manuela tuvo que separarse de su marido desafiando los más estrechos prejuicios y, haciendo gala de una entereza a toda prueba marchó a Lima con sus hijos, a rehacer su vida. Allí debió luchar duramente al principio dedicándose a la enseñanza hasta que logró labrarse cierta posición, a la par que renombre literario y un escogido círculo de amigos entre los más destacados intelectuales del Perú.

En Lima funda una escuela y convirtió su casa en salón literario. Sus poesías, cuentos y novelas fueron publicados y difundidos en Chile, Colombia, Venezuela y, luego de la caída de Rosas, en Argentina, Madrid y París. En ese lapso de su vida el despojado presidente de Bolivia, Mariano Melgarejo asesina a su marido y ella, reclamada por la misma masa que seguía a Belzú, se pone al frente de la revolución, rescata el cadáver de su esposo, lo sepulta; continuando la batalla la cual fracasa rotundamente y regresa a refugiarse nuevamente en Lima.

En 1865 la tenemos de nuevo en Lima, reina espiritual del salón literario, querida y admiradas por todos. Su popularidad aumenta cuando en 1866 presta abnegadamente su concurso cuidando los heridos en el sitio de Callao, bajo la dirección del general Prado. Continúa en Lima por un largo período en que desarrolla paralelas actividades literarias, docentes y sociales. Sobreviene la guerra chileno-peruana que siembra el desconsuelo en Lima y encuentra a nuestra escritora ya fatigada y envejecida.

Llamada por los amigos y admiradores de la tierra natal resuelve volver al país y llega a Buenos Aires en 1884. Allí la reciben con gran cariño, siguió escribiendo y editó la mayor parte de sus libros. Rodeada por otras hermanas en las letras y los hombres más conspicuos, transcurren aquí plácidamente sus últimos años hasta que muere el 6 de noviembre de 1892. En su tumba habló el poeta Guido y Spano, un diplomático peruano y otras destacadas personalidades.

De ella no sólo nos quedan los recuerdos de su vida azarosa, actitudes valientes y encantadora sociabilidad sino, también, varios libros de cuentos, relatos y leyendas como 'Sueños y realidades' y 'Panoramas de la vida'. Tentó el género biográfico en las obras sobre Güemes y sobre Puch. Con material extraído principalmente de la propia vida, escribió El mundo de los recuerdos, la tierra natal, Misceláneas y Lo íntimo, libro póstumo.

Sus críticos de la época la catalogaron con esta frase: "El temperamento más raro poseído por mujer alguna nacida en la República Argentina". Sus restos descansan en el Panteón de las Glorias del Norte en la Catedral de Salta.

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