Onicofagia: Morderse las uñas

Onicofagia: Morderse las uñas

Morderse las uñas es un problema mucho más serio de lo que pensamos. No sólo por estética sino que nuestros dientes y uñas pueden verse muy afectados.

La onicofagia, así es como se llama la costumbre de morderse las uñas es un hábito que afecta a niños y adultos por igual. Se considera que es un mal hábito que adquirimos como manera de rebajar la ansiedad. Es una manera "relajante" de controlar los niveles de ansiedad, como si mordiéndonos las uñas nos distrajéramos y las preocupaciones se desaparecieran. El problema está en que puede provocar daño en uñas y dientes.

En su origen y su tratamiento, es un trastorno similar a otros como quitarse los pelos de las cejas o arrancárselos de la cabeza. La costumbre de morderse las uñas suele comenzar en la infancia, sobre todo entre los niños más nerviosos, tras superar la etapa de los chupetes o de chuparse el dedo.

Pero, en muchos caso, la costumbre continúa hasta la edad adulta y la razón es la ansiedad. También debemos tener en cuenta que este hábito se mantendrá si el niño es regañado constantemente por morderse las uñas y se siente culpable. Las niñas y mujeres no son tan propensas a la onicofagia por razones estéticas, ya que en la adolescencia comienzan a precibir lo feo de este hábito.

La onicofagia produce dificultades hasta para cosas tan sencillas como recoger una moneda o querer separar una pegatina. Pero las consecuencias más serias son en uñas, dientes y encías.

La onicofagia tiene consecuencias negativas incluso en el día a día. Por ejemplo, se padece una evidente dificultad para realizar movimientos que requieren un largo mínimo de uña, como recoger una moneda del suelo o separar cinta adhesiva. El roce constante o el repicar de los incisivos superiores e inferiores hace que éstos se desgasten y se afeen, se ven como recortadas.

Las uñas no crecen bien por el continuo mordisqueo. Se crean microtraumatismos en la parte que se encuentra bajo las uñas, alterándose su anatomía. Se pueden provocar pequeñas infecciones por bacterias, virus, hongos o cándidas en la uña. También se ocasionan daños alrededor de la uña, se pueden provocar panadizos, padrastros y verrugas periungueales en la piel que rodea las uñas.

En lo psicológico, este hábito provoca vergüenza ante la posibilidad de que otras personas observen las uñas mordidas, los dedos infectados y heridos, o un retraimiento cuando se trata de compartir actividades que conllevan la exposición abierta de las manos. También la autoestima de una persona puede verse afectada porque se acompleja al no poder controlar este mal hábito.

Buscando soluciones

Los especialistas coinciden en que el mejor tratamiento es el psicológico. Pintarse las uñas, untarse cosas amargas son soluciones poco útiles y que no avanzan en nada. Dejar de comerse las uñas requiere de ayuda porque no es tan sencillo si está muy arraigado.

Durante la infancia, son los padres los que deben ser responsables y cuidar que sus hijos no se muerdan las uñas. Deben crear pautas para controlar el hábito pero sin exagerar, sin darle excesiva importancia para que el niño no se agobie y se muerda más las uñas. Decirle que no hay que hacerlo porque luego ya no lucirán bonitas. El problema se puede agravar si se reprende duramente al niño y se utilizan expresiones que puedan resultar hirientes. Jamás se debe castigar o reprochar nada al niño, porque echar la culpa no ayuda a controlar la conducta.

Desde el momento en el que una persona deja de morderse las uñas, éstas no se curarán hasta pasados 8 meses. Además, se debe esperar un mes y medio más para asegurar el abandono definitivo del hábito. Pero todo dependerá de la voluntad de abandonar el hábito y el tiempo ya será lo de menos. Lo importante es desear controlar esta costumbre y todo saldrá bien.

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