La peligrosa trampa de la mentira

La peligrosa trampa de la mentira

Ya dice el dicho: "La mentira tiene patas cortas"... Debemos intentar no caer en la trampa de la mentira pero tampoco creer que la verdad más cruda puede ser siempre lo mejor.

Mentir es "decir algo que no es verdad con intención de engañar". Y una definición más académica, "expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, cree o piensa". Así que quien engaña o confunde sin ser consciente de hacerlo, no miente: simplemente trasmite a los demás su propia equivocación.

La única verdad es que todos mentimos, por acción o por omisión pero lo hacemos. Conforme vamos creciendo, descubrimos que la sinceridad no es siempre posible o conveniente porque podemos causar más daño que con una mentira. Hay mentiras más positivas que otras ya que hay muchas situaciones en que una mentira tiene un efecto beneficioso o paliativo si la transmitimos de manera correcta, donde no tenemos tiempo de ponernos a analizar la filosofía de la verdad y la mentira...

Todos, antes o después, mentiremos a lo largo de la vida y es bueno no dramatizar tanto con el tema y abordarlo con sensatez y en su justa medida.

La intención es lo que cuenta

Es muy importante tener en cuenta la relación que cada persona mantiene con la mentira. Hay individuos que sólo recurren a la mentira cuando es compasiva, o cuando les proporciona resultados positivos sin generar engaño importante o si se trata de una tontería. También los hay que mienten a menudo, casi por costumbre y sólo en temas poco relevantes.

Pero no debemos dejar de lado a los que mienten esporádicamente pero a conciencia, generando daño a los demás o persiguiendo beneficios personales. Y también los hay que mienten, o callan verdades necesarias, por timidez, por vergüenza o por falta de carácter. Por último, están los mentirosos patológicos, que mienten con una facilidad escandalosa, por conveniencia o por una absoluta y descarada falta de respeto a la verdad.

El por qué de la mentira

Hay personas que no mienten nunca por razones bien distintas de la ética: por miedo a ser descubiertos, por temor a no recordar los detalles de la mentira en el futuro, por orgullo... Pero razones bastante similares son las que pueden impulsarnos a mentir u omitir lo que pensamos o sabemos. Tan importante como mentir o decir la verdad es la intención con que se hace cualquiera de las dos cosas. Ese es el verdadero dilema moral. Una mentira que a nadie daña o incluso reporta beneficio a su destinatario puede ser más defendible que una verdad que causa dolor innecesariamente.

Mentimos por muchas razones: por conveniencia, odio, compasión, envidia, egoísmo, o por necesidad, o como defensa ante una agresión; pero no todas las mentiras son iguales. Las más inconvenientes son las mentiras para no responsabilizarnos de las consecuencias de nuestros actos. Y las inadmisibles son las que hacen daño, las que equivocan y las que pueden conducir tomar decisiones perjudiciales. Los dos parámetros esenciales para medir la gravedad de la mentira son la intención que la impulsa y el efecto que causa.

Clases de mentiras

La mentira racional persigue un interés concreto, es malévola y se emite con al intención de perjudicar o engañar.

La mentira emocional: lo que se dice o hace no concuerda con la situación emocional de la persona.

La mentira conductual: Hacemos creer que somos lo que no somos: más jóvenes, mejor informados, menos conservadores, etc.

Pero hay otras clases de mentiras: chismes, rumores y las mentiras piadosas. El mentiroso no tiene edad y la mentira puede darse en todo el ciclo de vida.

Mentira y confianza

Las relaciones humanas se basan en la confianza. Recurrimos a un protocolo de comunicación, y el fingimiento, el disimulo y la mentira son componentes esenciales. No somos igual de sinceros ante unos que ante otros y no siempre más sinceridad genera una mayor confianza.

La información es poder, saberlo todo sobre alguien equivale a una forma de posesión. en cierta manera, la amistad o el amor se miden por el grado de conocimiento recíproco de la intimidad, y por la confianza existente entre las personas. La confianza es una actitud básica, porque preside la totalidad de las interacciones. Apostar por la confianza del otro es considerarle de fiar.

Si queremos ser creíbles, gozar de la confianza ajena, tendremos que dejar de lado el engaño, la mentira. Es responsabilidad de cada uno de nosotros relacionarnos desde la verdad, lo que no implica el ofrecimiento de toda la intimidad. Cada cual y en cada momento ha de valorar qué y cuánto de su intimidad quiere participar al otro.

La mentira puede hacer mucho daño al que la recibe pero a quien más perjudica es al mentiroso, ya que le convierte en una persona poco fiable, indigna de confianza y carente de crédito.

Verdades sobre la mentira

Hay muchas clases de mentira: algunas pueden ser convenientes, pero lo más correcto es recurrir al engaño lo menos posible.

- Sin intención de engañar, no hay mentira.

- La intención que la motiva y los efectos que causa definen la gravedad de una mentira.

- La mentira es tan dañina para quien la recibe como para quien recurre a ella.

- Una nos lleva a otra, y puede marcar nuestra manera de relacionarnos con los demás.

- El mentiroso es inseguro, egoísta, irresponsable, o inmaduro. O todo ello a la vez.

- Una de las más dañinas clases de mentira es el autoengaño. Si nos creemos y mostramos como no somos, nunca sabremos si nos quieren o desprecian a nosotros o a la imagen fraudulenta que nos hemos fabricado.

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